Mi nombre es Tlazoltéotl, y tal vez no me conocés pero estoy ahí siempre con vos. Vivo en tus sentidos y en tus pensamientos. Incluso cuando menos lo imaginás, estoy entregándote al placer o al “pecado”.
Para los aztecas, soy la diosa de la sexualidad, de la lujuria y de la pasión, me culpan de provocar amores prohibidos y adulterio, de las pasiones carnales y de todo aquello que transgreda lo moral.
Sin embargo, también vine a tus tierras a erradicar el pecado. Te doy el perdón y te dejo la enseñanza de lo que crea mi excitante labor y es que, disfruto verte vivir situaciones que no podés controlar.
En mi estancia por estos lados, he aprendido que me atribuís tus amores y tus sexualidades como una muestra de importancia. Algo tan significativo debe estar en manos de la divinidad… pero últimamente siento que no me gozás plenamente.
Has entrado en ambientes de mucha influencia y prejuicios, ambientes que se mueven por intereses de terceros y que no te permiten gozar tu libre deseo y menos compartir tus historias; te callás pensando que son errores o vivencias impuras.
Así que, mediante estas palabras me voy a convertir en eso que no querés contar porque mirás la sexualidad como algo sucio. Quiero contarte esas historias que suponés que pasaron pero no las preguntás por temor y esas que por el mero morbo solo las querés saber.
Sin importar que me temás por mandatos de otro dios, me disfrutés o me anhelés en tus deseos nocturnos, quiero sanarte y visibilizar mi existencia a través de tus anécdotas.
Deseo enseñarte que aunque ustedes vivan la sexualidad en secreto comparten más de lo que piensan porque al final del día, yo actúo en ustedes.
Con amor,
Tlazoltéotl.
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