Aun se sigue creyendo que la lucha de las mujeres por legalizar la interrupción del embarazo en Nicaragua es meramente un capricho, cuando su salud física y mental está en riesgo.
Sobre todo porque desde el 2006 ni siquiera el hecho de que la vida de la madre esté en peligro es razón suficiente para interrumpir un embarazo.
«Nicaragua tiene altas tasas de violencia doméstica y sexual, que pueden redundar en embarazos no deseados», expresa la organización Human Rights Watch (HRW) en su página web.
Los datos disponibles indican que las mujeres jóvenes y las adolescentes están particularmente expuestas al riesgo de embarazo no deseado como resultado de violación sexual», agrega HRW.
El embarazo como un deber
Según Yajaira Gutiérrez, psicóloga nicaragüense, la maternidad representa un evento importante debido a que la sociedad y la cultura le han dado un valor especial.
Asimismo, se establecen expectativas alrededor de la mujer en esta etapa, de cómo debe ser y comportarse para ser una “buena madre” y se le considera una función exclusiva de ella y un deber a cumplir.
Desde el feminismo reconocemos que la prohibición del aborto por cualquier causa es una violación a los derechos humanos y por ende, un atentado directo a la salud mental de las mismas», agrega Gutiérrez.
Por lo tanto, la noticia de que el producto del embarazo es inviable, está muerto o tiene malformaciones que no le van a permitir sobrevivir, es un trauma que puede traer consigo manifestaciones emocionales de tipo depresivo.
«Fluctuaciones en el estado de ánimo, mayor hipersensibilidad emocional, pesimismo, preocupación e interés significativo por la salud, traducido en varias quejas somáticas, tristeza por la pérdida. A esto se suma la impotencia de no poder optar a la interrupción del embarazo», agrega Gutiérrez.
De acuerdo a Gutiérrez, forzar a la mujer a llevar a término un embarazo que trae complicaciones para su salud, o bien obligarla a que espere a la muerte del feto, supone mantenerla en un permanente estado de duelo.
Por ende la interrupción del embarazo sería un procedimiento necesario «para estabilizar la salud mental de la madre, pues las probabilidades de desarrollar un duelo patológico y un trastorno depresivo mayor son altas», enfatiza.
Violencia obstétrica, otro enemigo para las mujeres
El aborto usualmente se vive como un secreto íntimo, tanto por la vergüenza como por el estigma de su ilegalidad, es un dolor que no puede ser liberado y compartido abiertamente.
«Se vive con una fuerte ambivalencia entre el alivio de haber podido ‘superar’ la dificultad y una serie de sensaciones negativas como pena y culpabilidad, aspectos que son atribuidos a la mujer por parte de la sociedad», expresa Gutiérrez.
Por otro lado, Adriana Trillos, psicóloga feminista nicaragüense-colombiana, explica que obligar indefinidamente a una mujer a mantener un embarazo en circunstancias donde su salud está en riesgo «son ejemplos de violencia obstétrica», sobre todo específicamente en los casos donde el bebé nacerá muerto y la madre ha sido notificada desde antes de dar a luz.
«Prolongar su situación hasta llevarla a un parto vaginal (haciéndola incluso pujar), dejarla expuesta a todos los rituales del embarazo y escuchando el llanto de otros bebés recién nacidos, son algunas de las más graves situaciones que reflejan este tipo de violencia», agrega Trillos.
Trillos lleva más de 14 años como terapeuta y hace 6 colabora con instituciones feministas, grupos de mujeres organizadas, en temas de violencia sexual y diversidad sexual.
Su conexión con lo que pasa en Nicaragua la lleva a estar de acuerdo con las 4 circunstancias planteadas en la propuesta de ley, pues para ella cualquier circunstancia que exponga a las mujeres a una maternidad forzada y/o violenta tiene que ser erradicada.
Desde el punto de vista emocional los casos donde el bebé nacerá muerto son considerados una forma de tortura psicológica que aumenta radicalmente las probabilidades de un duelo traumático de maternidad», puntualiza Trillos.
El caso Paola Valenzuela
Para muchas nada duele más que el hecho de saber que su bebé nacerá muerto y aun así debe esperar a la tan dolorosa fecha cuando de a luz a un cuerpo sin vida.
«¿Te imaginás estar en esa situación? que te toquen la barriga y te feliciten en la calle cuando ya sabés que nacerá muerto», expresa Daysi, madre de familia identificada con el tema, quien no quiso dar su nombre real por temor a represalias.
Este año en Chile se aprobó la ley que despenaliza el aborto terapeútico, pero antes de que esto sucediera Paola Valenzuela de 42 años pasó «por una tortura» con su segundo parto.
«Se llama banda amniótica, se cortan unas hebritas del saco y son igual que cuchillos. Fueron envolviendo a mi guagüita y, a medida que crecía, la mutilaba«, cuenta a un medio local.
En el caso de Nicaragua las voces de mujeres como Paola son silenciadas por la sociedad y es muy difícil sacar el tema a la luz, afectando no solo su salud física sino también su bienestar mental y emocional.
Muchos hablan de vida, pero mi hijo no traía vida, traía puro sufrimiento, no iba a vivir de ninguna forma y me alargaron todo ese período de dolor», cuenta Valenzuela.
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