El anochecer y las luces de Managua han atestiguado este 14 de marzo el inicio de la IX Bienal de Artes Visuales Nicaragüenses de la Fundación Ortíz-Gurdián.
Un paseo poco particular por la Avenida Bolívar ha dado mucho para pensar. Con él, se nos confirma nuevamente que el arte da para algo más, y que así como otrora estuvo del lado de las revoluciones políticas, hoy el arte nos lleva a continuar confrontando viejos esquemas con nuevos planteamientos.
Algo que sin duda es más que necesario de cara a un cambio social, para mantener con buena salud la consciencia y las relaciones entre los ciudadanos y el poder. Pareciera ser que, la organización de la Bienal así lo ha entendido, y ha apostado a un artista y a una propuesta que catapulta políticamente el arte de las nuevas promesas de la escena nicaragüense.
Sin duda, Fredman Barahona, es un nombre que está dando de qué hablar hoy por hoy en el ámbito artístico nicaragüense.
Él es la cabeza y el activista detrás de esta puesta en escena que el viernes a lo largo de 45 minutos ha consolidado un trabajo que viene gestando desde hace ya varios años.
Artista performático apunta a través de su seudónimo Elyla Sinvergüenza a una reflexión sobre los procesos de construcción de la identidad, la transgeneridad y la relación con la política misma.
Así nos lo ha expresado, al tiempo que evidencia en sus argumentos, ideas teóricas que rescatan planteamientos del teatro, la antropología y el postfeminismo:
“Para esta pieza me interesa hacer una analogía que borre alguna diferencia entre el poder de Estado, en específico, –la capacidad de este de construir una idea de identidad en un pueblo a través de la transformación de simbologías y nuevas estéticas que se superponen a otro sistema de creencias- y el poder político que se vivencia en el cuerpo cuando desafiamos las normativas de género establecidas en la heteronormatividad en la sociedad de Occidente”.
De esta manera Fredman catapulta su quehacer en el arte contemporáneo, a través de un sustento conceptual que tiene asidero en la reflexión académica que desde diferentes espacios se han dado durante las últimas décadas.
¿Sólo fantasía?
Tal como lo indica la ficha de la obra, “Sólo fantasía…” es una “Pieza de arte de performance que inicia con la creación de un traje de fantasía utilizando referentes de la estética política de los gobiernos de Nicaragua, iniciando con la dinastía Somocista hasta el período de gobierno actual (2011-2015)”.
Con ella se ha realizado un recorrido que no es sólo el que se hizo desde la Rotonda Hugo Chávez hasta la Concha Acústica, es también el de un país que se sustenta en una riqueza cultural donde la diferencia de género irónicamente siempre ha estado presente; y es además, un recorrido personal del artista.
Al ser las 6:00 p.m. ataviado con un traje multicolor, Elyla cumplió con su cometido, según posteó minutos antes en su cuenta de Facebook, dar su cuerpo: “Doy mi cuerpo como ofrenda para crear mi arte, entendido el sacrificio no como victimización, si no como un gesto lleno de honestidad y de respeto a nuestras consciencias”.
Un cuerpo que evidenció a través de la estética de la sexualidad y en el acto performático que los roles de género no son estáticos, y que el ser hombre y el ser mujer pasa por una construcción cultural que no implica la petrificación.
Es justo ahí que la puesta en escena de lo trans rescata la política del cuerpo y la cultura tradicional nicaragüense, al recordarnos la forma en la que, la diferencia de género se mantiene en los ritos festivos del Baile de las Negras, el Torovenado y en la cada vez más visible práctica de la Gigantona.
Y es que lo cultural responde a lo político y lo político a lo personal, así nos lo expresa el artista: “Esto surge hace más de 4 años cuando empecé a interesarme sobre lo trans en los espacios de ritual folclóricos nicaragüenses y al mismo tiempo cuestionar la idea de lo que significa vivir la transgenereidad como un acto performático, es decir, como vivir desde la diferencia partiendo de esta como bandera de lucha”.
Justo ahí es donde también el recorrido personal y la impronta política establecen una demanda, que se ha franqueado al ser el artista partícipe de lo que él mismo llama un “malabarista de identidades” lo cual lo lleva a un propio proceso de construcción de identidad fuera de las normativas de género establecidas. Un acto político, que devuelve sobre el espacio público lo que sucede en el privado, y lo que ha estado en la tradición pero que no se visualiza como posible, más bien como artificio, como fantasía.
¿Será esto sólo fantasía?, quizá la respuesta esté en el interés que la misma oficialidad le ha dado a la obra y a los problemas que a última hora se dejaron ver en relación con los permisos. Queda ahora ver si será sólo fantasía cuando elijan las obras para laBienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano (BAVIC). Sin duda, algo más para seguir reflexionando…
Escrito por Jairol Núñez Moya
Fotografías de Gabriela Montiel, para ver el albúm completo click aquí.